Feria Agroecológica

Historias Detrás de Vegetales Fantásticos

El día está nublado y a ratos caen gotas, no hay mucha gente alrededor, el sonido que predomina en el ambiente es del viento y de las olas que chocan del lago Llanquihue, el que bordea las costas de Frutillar. Hace frío y las feriantes del mercado agroecológico están ubicadas al frente del Teatro del Lago, como lo hacen dos veces cada mes, para vender las hortalizas plantadas en los huertos de sus casas. A pesar del clima no pueden desperdiciar la posibilidad de ofrecer sus productos, estos agricultores son el sustento económico de sus familias.

Cada puesto, además, de tener lechugas tan grandes como el ramo de una novia, betarragas del porte del puño de dos manos juntas y zapallos de un tamaño inolvidable, representan historias de esfuerzo, sacrificio, superación y amistad, no solo olores, colores y sabores.

70 kilómetros separan la casa de María Teresa Santibáñez (55) – ubicada en la “Huacha de Sentinela” – de Frutillar bajo, zona donde se localiza la feria agroecológica. Cada vez que se realiza la venta de los productos, María se levanta a las seis de la mañana para recoger de su huerta arvejas, porotos, habas, lechugas y zanahorias frescas para venderlos. Al juntar todas las verduras las deja en unas cajas de madera que hay en su patio.

Cuando abandona su casa rumbo al mercado, la feriante debe caminar al menos unos 20 minutos, junto a las más de tres cajas repletas de verduras, hasta llegar a la carretera para luego esperar a que pase un auto para “hacerle dedo” y que la acerque hasta Frutillar bajo. Ésta es la única forma que tiene para movilizarse, ya que si compra un pasaje de bus las ganancias no serían las suficientes para regresar a casa.

María Teresa tiene su cuello y orejas rodeados por una bufanda, apenas se ve su nariz y ojos, mientras que el viento hace que su pelo se mueva constantemente hacia la cara durante la conversación. Tiene una voz fuerte y gesticula constantemente con sus manos, ahí muestra sus productos y nos enseña cómo ha sido el proceso de producción y el impacto que tiene la feria agroecológica en la zona. Le encanta ir, pese al sacrificio, principalmente porque están sus amigas. “Nos ha servido como una forma de generar más dinero y distraernos. Ahora tenemos algo que no teníamos antes”, señala la agricultora.

La posibilidad de vender sus productos junto a otras familias nació en 2016, gracias a un emprendimiento pensado por Enrique Damm – publicista y guía turístico – su esposa Margarita Gross y el apoyo del Hotel Ayacara. La finalidad de la feria es lograr que en unos años las verduras sean principalmente elaboradas por las mismas personas de la zona, es decir que las hortalizas no se relacionen con químicos y sobre todo que las familias de Frutillar se autosustenten.

El camino no ha sido fácil, al principio estaba la idea pero Enrique y Margarita no tenían el lugar para ubicar a los feriantes, sin embargo se consiguieron el apoyo del Hotel Ayacara, ubicado a solo dos cuadras del Teatro del Lago. El desafío era grande, no sabían si la feria sería lo suficientemente sustentable para las familias productoras de hortalizas; pero había que probar. “Lo que nos mueve a nosotros es hacer turismo responsable, no solamente cosas bonitas, sino que hacernos parte de los problemas propios del lugar y así ayudar a que la economía local crezca”, señala Enrique Damm.

Luego de unos meses instalados y el miedo de no saber cómo iba a ser la reacción de los clientes ante esta nueva propuesta de venta de verduras, el Programa de Desarrollo Local (Prodesal), impulsado por el Ministerio de Agricultura, se hizo parte de la iniciativa dando aportes a las diferentes familias y entregándoles cursos para la capacitación y perfeccionamiento de sus plantaciones.

Fue así que Clara Carrasco (50) recibió semillas de zapallo italiano. Al principio no tenía mucha expectativa de cómo crecerían, sin embargo al pasar los meses notó que esa plantación era más grande que los que usualmente crecían en su huerta.

Clara saca de su bolsillo su celular y con una sonrisa en su cara muestra la imagen de su hijo (13) quien sostiene un zapallo italiano, el que es prácticamente del tamaño del niño. Luego cambia la foto y muestra una carretilla con seis zapallos, “tenía que salir a venderlos en carrito o sino no los podía llevar a ninguna parte”, señala en tono de broma.

Clara es una mujer de risa fácil con voz suave. Al contar sobre su familia y cómo la venta de verduras en la feria agroecológica ha cambiado su vida se le ponen los ojos brillosos. “Nos hace tan bien, es como venirnos a relajar y salir de la rutina del campo”, indica.

Desde joven que se ha dedicado a la producción y plantación de verduras, sin embargo antes tenía que ir de puerta en puerta para ofrecer sus productos, situación que hoy ha cambiado con el puesto que tiene en la feria. Incluso gracias a la venta de sus productos se compró un auto que le facilita el transporte de éstos desde Radales, donde vive, hasta Frutillar bajo.

“Siempre digo que uno tiene que echarse ganas sola porque nadie nos va a levantar a uno, uno sola tiene que luchar y si uno puede decirle a la gente que no se depriman que sigan adelante, que la vida es tan corta pero hay que disfrutarla a concho”, afirma Clara.

En un principio los feriantes vendían entre 30 y 40 mil pesos y ahora por familia pueden ganar hasta 200 mil pesos al mes. Sin embargo, el objetivo hoy es más ambicioso y esperan no sólo venderle a los particulares, sino que abarcar también a los hoteles y restaurantes de la zona.

Otro caso de superación en la feria agroecológica es el de Aidé Navarro (65) “Yo de primera comencé viajando en bus porque no tenía cómo venir. Ahora nos compramos un autito, con esto juntamos platita y entre todos lo logramos”, señala.

En el kilómetro 28 de Tehualda, Aidé tiene una hectárea donde planta las alcachofas, los arándanos, las murtas para venderlos en la feria. Lo que le permite tener sus propios ingresos e incluso está la idea de construir otro invernadero en el patio de su casa.

“Hemos estado aprendiendo, de primera teníamos susto, porque nunca lo habíamos hecho. Los chicos de Prodesal, los técnicos no han enseñado mucho a hacer las ventas, ponerle precios a las cosas con un orden”, señala Aidé.

La Feria ha logrado unir a familias rurales y además aumentar sus ingresos, lo que, ha ayudado a la calidad de vida de las personas. “Yo no me pierdo la Feria, me levanto tempranito los sábados pero con una sonrisa en la cara”, agrega Aidé.


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